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¿Por qué es crucial despolitizar la identidad?

La identidad son las cualidades, creencias o características o condiciones generales que diferencian a un individuo o individuos de los demás y por las que deciden identificarse. Puede ser étnica, religiosa, cultural, sexual o una combinación de éstas u otras. La identidad colectiva, en particular, es una construcción social, que puede coincidir o no con la realidad de cómo se identifican quienes la componen. La politización de la identidad es la opción política, tomada por dichos individuos o grupos, por otros individuos o grupos, por movimientos sociopolíticos o por Estados, de tener en cuenta la identidad a la hora de tomar opciones y decisiones políticas. La politización de la identidad conduce necesariamente a la discriminación, o incluso la iguala, ya que optar por no discriminar en función de la identidad significa factorizar la identidad fuera de la política, es decir, despolitizar la identidad. Ejemplos de politización de la identidad serían las ideologías políticas, los movimientos políticos o los Estados:

  • Tener estima o buena voluntad hacia personas o grupos, o albergar hostilidad o prejuicios contra ellos en función de su identidad.
  • Considerar o afirmar que individuos o grupos son superiores o inferiores a otros de algún modo, o merecedores o no de determinados derechos o privilegios, en función de su identidad.
  • Conceder o denegar derechos o privilegios (como educación, trabajo, vivienda, propiedad de terrenos, libertad de circulación, residencia, ciudadanía u otros) en función de la identidad.
  • Ser o pretender ser exclusivo o casi exclusivo de una determinada identidad.

La politización de la identidad ha estado particularmente en el centro de la política y la historia de la humanidad desde el siglo XV, cuando el modelo identitario de “Estado-nación” tomó forma en Europa y se exportó al mundo “incivilizado” a través del colonialismo: Mientras que los inmigrantes y los refugiados se integran a los sistemas de gobierno autóctonos, los colonos sustituyen los sistemas de gobierno autóctonos por sistemas de gobierno exclusivos para “ellos”. El resultado de esta politización de la identidad han sido siglos de segregación legal, política, económica y cultural, apartheid, esclavitud, desplazamiento en masa, limpieza étnica, genocidio y otros horrores.

Adoptar un enfoque de “derechos humanos” o cualquier otro enfoque legalista o moralista ante tales crímenes es insuficiente, ya que puede tratar el síntoma en lugar de la enfermedad, al juzgar los crímenes o a sus perpetradores sin juzgar el proyecto político que causó, justificó y/o permitió dichos crímenes. De hecho, el modelo nacionalista-colonialista que politiza la identidad sólo puede ser perjudicial, por las siguientes razones:

  • Dado que las sociedades están formadas por individuos de diferentes identidades, la politización de la identidad sólo puede fragmentar las sociedades de las que procede, las que crea, a las que se dirige o con las que interactúa. Politizar la identidad sólo puede crear facciones, sectas o Estados enfrentados, incluso beligerantes.
  • Al ser la identidad una construcción social, en la medida en que los grupos identitarios no son en realidad grupos de interés (como, por ejemplo, industriales, agricultores, estudiantes, familias con bajos ingresos, etc.), una segmentación identitaria de la sociedad no se alinea con los intereses reales de sus ciudadanos o grupos de interés, lo que conduce a narrativas, discursos y programas políticos y políticas que no abordan ni se alinean con las necesidades reales de la sociedad.
  • La politización de la identidad está plagada de contradicciones: Los movimientos o aparatos políticos que optan por politizar la identidad se enfrentan a la carga de tener que definirla, quizás incluso de tener que crear construcciones sociales previamente inexistentes o marginalmente existentes, así como a la consiguiente carga de tener que imponerla a los individuos o poblaciones que hayan podido optar por identificarse de otro modo.
  • Politizar la identidad puede salirse de control. Al ser la identidad lo que nos diferencia de los “otros”, cuando un determinado grupo identitario consigue el dominio sobre otros, el propio grupo puede fragmentarse en sub-identidades que ahora se ven entre sí como el “otro”.

Lo anterior, por supuesto, se aplica al Estado de Israel, el cual segrega en función de la identidad entre judíos no ciudadanos y no judíos no ciudadanos, residentes judíos y residentes no judíos, y ciudadanos judíos y ciudadanos no judíos. Hace falta un enfoque político que se centre en garantizar los derechos del pueblo palestino, o en los crímenes de Israel o de los dirigentes israelíes, sin juzgar la politización de la identidad por parte del sionismo. Además, el sionismo no es el único proyecto en la región que politiza la identidad; el maronismo, el arabismo y el islamismo son ejemplos de ello. Al presentar un programa político para la despolitización de la identidad, concretamente, la transición a un Estado laico, democrático y no identitario en Palestina, la Iniciativa “Un Estado Democrático” propone un modelo político que es la antítesis fundamental, no sólo del sionismo, sino del modelo colonial de Estado-nación y de sus fundamentos ideológicos, más allá de las fronteras de Palestina.

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